CUANDO EL RÍO SUENA: III SALÓN SUBREGIONAL DE ARTE JOVEN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO
El río registra desplazamientos. En sus orillas quedan inscritas las fincas fragmentadas, las parcelas arrancadas, las casas convertidas en estaciones de un mapa ajeno, los cementerios removidos y archivados en papeles oficiales. El agua, sin embargo, no reconoce decretos ni catastros: pasa por encima y recuerda. Su tarea no es ordenar, sino unir. Allí donde el río corre, persiste la posibilidad de volver a nombrar lo perdido.
En Colombia, y particularmente en el Oriente antioqueño, el río ha sido históricamente pensado desde una lógica heredada de la colonialidad: como recurso, como frontera, como infraestructura o amenaza a domesticar. Esta mirada, fundada en la separación entre naturaleza y cultura, redujo el agua a un objeto disponible para la explotación, invisibilizando su dimensión vital, relacional y simbólica. Bajo esta lógica, los territorios hídricos fueron integrados a proyectos de progreso que, lejos de garantizar bienestar colectivo, produjeron desplazamientos, vaciamientos y nuevas formas de despojo.
Hoy asistimos a la crisis de ese modelo. Las represas, la expansión urbana, la agroindustria y la turistificación han transformado los ríos en infraestructuras productivas, alterando ciclos vitales y reorganizando violentamente la vida social. Las inundaciones, la escasez de agua o la contaminación no son fenómenos naturales aislados, sino consecuencias directas de una economía que prioriza la rentabilidad sobre el cuidado de la vida.
Para muchas cosmovisiones no occidentales, el río no es un objeto sino un ser con memoria, con agencia y con voz. Esta comprensión, lejos de ser una metáfora, abre la posibilidad de otras éticas del habitar: modos de existencia basados en la reciprocidad, la comunalidad y el cuidado de los ciclos vitales. En estas visiones, el territorio no se posee, se comparte; no se explota, se escucha.
Frente a este escenario, el III Salón Subregional de Arte Joven propone pensar el río no como contenedor pasivo ni como paisaje, sino como territorio vivo, como agente que recuerda, afecta y es afectado. En diálogo con diferentes perspectivas —que entienden la vida como un entramado de interdependencias—, este Salón convoca prácticas artísticas que interrogan la separación moderna entre lo humano y lo no humano, y que reconocen al entorno como una construcción histórica, sensible y política.
Las obras reunidas en este Salón emergen desde esa tensión. Jóvenes artistas trabajan con territorios, cartografías afectivas, materiales orgánicos, memorias familiares y relatos silenciados, activando al arte como una herramienta para agregar sentidos: visibilizar lo invisible, traducir daños en imágenes que convocan, y producir espacios de encuentro donde las narrativas hegemónicas pueden ser reconfiguradas desde lo colectivo.
Proponemos, un gesto: detenerse a escuchar el fluir del agua, reconocer en él las huellas de lo que lo atraviesa. Pensar el río como un movimiento continuo de devenir nos exige asumir una responsabilidad compartida: participar activamente en la reconstrucción de los vínculos rotos entre territorio, memoria y vida.
En ese fluir —inestable, persistente, indisciplinado— el arte encuentra un lugar para volver a nombrar, para recordar y para imaginar otros modos de habitar el presente.
Juan Baena | Curador
Líneas Curatoriales
1. Cauce de desarraigos
El río atravesado por la migración
El río en Colombia ha sido testigo silente de éxodos forzados y de formas de vida marcadas por una territorialidad itinerante producida por el conflicto. En el caso del Caquetá, su cauce fue históricamente convertido en un sendero de desposesión: una vía utilizada por el proyecto colonizador para expulsar a las poblaciones indígenas hacia la espesura de la selva, lejos de sus casas de agua y de sus sistemas de habitar ancestrales.
Esta lógica se consolidó bajo el paradigma de la “tierra sin hombres para hombres sin tierra”, forzando a miles de personas desplazadas por La Violencia a asentarse en riberas ajenas, perpetuando un ciclo de desarraigo donde la selva y el río fueron leídos como espacios hostiles o como cárceles naturales. En este tránsito, el río dejó de ser hogar para convertirse en una margen intimidatoria: un espacio donde la identidad se fragmenta y donde el migrante es reducido a fuerza de trabajo subvalorada, expuesta a nuevas formas de exclusión y precariedad.
2. Gran anaconda…
El río atravesado por lo que no se ve
Más allá de su flujo material, el río es un palimpsesto de memorias invisibles. En sus aguas habitan huellas míticas y saberes que no se inscriben en los archivos oficiales, pero que sostienen las tramas culturales de quienes viven a su orilla. La anaconda ancestral —figura fundacional en muchas cosmovisiones amazónicas— no solo habría modelado el cauce con su desplazamiento, sino que estableció principios lingüísticos, territoriales y relacionales que aún perviven.
Desde una ontología animista, el río no es un objeto inerte. Piedras, plantas y corrientes poseen interioridad y requieren una ética del respeto, del sigilo y de la escucha. El agua es, así, un sujeto que recuerda y que exige ser tratado no como recurso, sino como presencia viva.
3. Suma Qamaña
El río que crea comunidad
El río opera como un agente generador de socialidad: un campo relacional donde las personas se constituyen a través del encuentro, el intercambio y la interdependencia. Frente a la lógica extractivista y privatizadora, emerge el río de la resistencia, articulado desde la Cultura de la Vida y el principio del Vivir Bien (Suma Qamaña), que reconoce que los ríos, los peces y las nubes son comunales y no pueden ser apropiados de manera individual.
Esta resistencia no es únicamente política, sino ontológica. Se trata de una apuesta por formas de vida basadas en la reciprocidad, el cuidado y la continuidad de los ciclos vitales. Aquí, el río es hermano, vínculo y sostén; un espacio donde se fortalece una socialidad ampliada que desborda la lógica del Estado y del mercado, y donde las comunidades resisten a la normalización, la domesticación y el vaciamiento de sus territorios.
4. Desequilibrio del cauce sur
El río atravesado por el progreso
Desde la mirada del desarrollo occidental, el río ha sido reducido a infraestructura: un teatro de comercio y de trabajo, una pieza funcional dentro de un orden que sitúa a la naturaleza como una simple canasta de recursos. Este es el resultado de una colonialidad de la naturaleza que busca dominar el cauce, “descuajar los montes” y someter las fuerzas del agua a las demandas del mercado global.
Bajo esta lógica, el sistema hídrico se fragmenta en términos de utilidad y rentabilidad. La tecnología deja de servir a la vida para responder al aumento de la tasa de ganancia, y el río se convierte en mercancía. Se trata de una naturaleza humanizada, pero degradada, donde el territorio es declarado baldío y desprovisto de dignidad propia, legitimando su explotación en nombre del progreso y reafirmando formas de soberanía que producen daño ambiental y despojo social.
































